Mientras las mujeres son lectoras de todo tipo de textos, en los hombres persisten los prejuicios hacia los libros escritos por mujeres y sobre ellas .
(Ángeles Caso, escritora española columnista de La Vanguardia).-
La conversación con un amigo acaba recayendo en
nuestras lecturas infantiles.
Yo menciono el libro que más me marcó de pequeña, Mujercitas , de Louisa May Alcott, y la devoción que sentía por su protagonista, Jo March, aquella muchacha decimonónica que no era sumisa ni ñoña, sino que se mostraba rebelde, jugaba como un chico, aspiraba a no depender de un marido y quería ser escritora
nuestras lecturas infantiles.
Yo menciono el libro que más me marcó de pequeña, Mujercitas , de Louisa May Alcott, y la devoción que sentía por su protagonista, Jo March, aquella muchacha decimonónica que no era sumisa ni ñoña, sino que se mostraba rebelde, jugaba como un chico, aspiraba a no depender de un marido y quería ser escritora
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Mi amigo reconoce entonces que nunca leyó ese libro.
Su confesión no me sorprende: no conozco a ningún varón que se haya interesado por esa historia, o que si lo hizo se atreva a decirlo en voz alta .
Al fin y al cabo, siempre hubo una clara diferencia entre libros para niñas y libros para niños y niñas.
Es que los libros para niñas sólo los leen las niñas . Los otros, en cambio, los leen criaturas de los dos géneros.
Yo, desde luego, fui perfectamente capaz de compartir la pasión por Mujercitas y otros libros de chicas como Celia de Elena Fortún o Heidi de Joana Spiry con la que sentía hacia las historias de, Tintín, La isla del tesorode Robert L. Stevenson, El libro de la selva de Rudyard Kipling o las versiones adaptadas del Quijote y La Odisea .
Narraciones todas ellas pobladas de hombres y muchachos en los que la presencia de personajes femeninos es fugaz y estereotipada.
Lo más triste es que todo eso sigue pasando ahora, cuarenta años después. Y no sólo entre los chicos, sino entre los adultos: las escritoras sabemos que nuestros lectores son mayoritariamente lectoras.
Y no sólo porque las mujeres leamos más, según afirman las estadísticas, sino también porque hay muchos hombres que se niegan por sistema a leernos.
El prejuicio entre los varones contra la literatura femenina – cursi, blandengue y sentimentaloide – sigue siendo profundo .
En cambio, y por suerte, las mujeres solemos carecer de esa estrecha visión, lo cual permite que nuestra vida intelectual sea más rica y más variada La historia que les voy a contar ahora subraya mi afirmación.
Es la de una escritora que se vio obligada a publicar su primer libro y los siguientes con las iniciales de su nombre, para que no se supiese que era una mujer .
Y no hablo de hace dos siglos, cuando esas cosas les ocurrían a Mary Shelley, Jane Austen o las hermanas Brontë.
Ni siquiera uno, cuando todavía le pasó a Karen Blixen, que tuvo que firmar sus Memorias de África como Isak Dinesen.
Les hablo de 1996, cuando Joanne Rowling, la autora de Harry Potter , se vio convertida en J. K. Rowling, un novelista sin sexo, por exigencias de su primer editor.
Increíble, pero cierto.
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